ROJO CARMESÍ

Toda la noche lo había soñado. Una y otra vez introducía su filoso cuchillo en la carne inmóvil y ensangrentada, a ese cuerpo mudo, único testigo silencioso que se dejaba penetrar desde el tórax hasta el ombligo en un subir y bajar punzante que iba tiñendo de rojo carmesí el escenario dantesco, ensuciando las sábanas, osando sonreír como una puta cualquiera.

Cuando finalmente despertó, se advirtió en una blanca y acolchonada habitación comprobando con espanto cierta incomodidad al verse fajado con los brazos cruzados tomados por detrás, tironeados por la misma tela que vestía, inútiles fueron sus gritos y sus maniobras por soltarse y el cansancio dominó por completo sus impulsos taurinos.

Jamás entendió el por qué, sólo rebotaba en las paredes preguntándose por ella, la chica de sus sueños, la misma que ni siquiera conocía su nombre, la misma que atrevidamente ignoraba su existencia.

HUMO